Aquellos ojos verdes
AQUELLOS OJOS VERDES
Nunca he compartido casi ninguna idea o
decisión de mis padres, me fui de casa pronto precisamente por eso.
Mercedes hace un recorrido por su vida antes de
dar su último aliento.
Las compañeras de ventana de Mercedes de la residencia
no estaban ayer. Luordes murió hace una semana y Milagros hace tres días. Ayer,
Mercedes pasó el día sola en la ventana, sin saber dónde estaban sus
conversadoras, esas maravillosas conversaciones, que, aunque no tengan mucho
sentido al oírlas, tienen un subtexto muy interesante.
Mercedes en la residencia hablaba de su madre.
La crio sola, su padre murió en la guerra civil española, y eso que ganaron,
pero no, ellos no ganaron nada, en su casa perdieron mucho.
El odio no le valía de mucho, prefería el amor,
su madre es lo que le enseñó, a amar.
Con el amor conoció a su marido, un importante
empresario valenciano, porque, aunque su familia era pobre, pobre y de derechas
(cosas que no se piensan del todo), ella se ha juntado con gente importante,
aprovechando su descaro, su simpatía y su atractivo, ha apuntado alto, y ha
ganado siempre.
Se casaron pronto, la familia es lo primero, ya
lo decía su madre.
Tuvieron hijos, dos chicos. Uno vive en un
chaletito de L´Eliana y el otro en un ático en la calle Colón, donde vivía su
único nieto.
Hijos que no tienen sitio en sus casas y
tuvieron que mandar a su madre a una residencia, hombres poderosos con mujeres
aún más poderosas. Lo mejor de esto es que Mercedes tampoco se acuerda de ellos.
El alzhéimer, ese otro alemán tan malvado que no mira el color ni el
pensamiento para acabar con alguien, no le deja recordar nada.
Lo único que recordará antes de morir son
aquellos sonrientes ojos verdes, aquella súper heroína que ni con todos sus
súper poderes ha podido con esto, que ha cuidado a nuestros mayores y que ha
salvado tantos, jugándose la vida por nosotros.
La enfermera sonriente de ojos verde no siempre
sonríe. Divorciada, tiene un hijo de 5 años, que, por seguridad, no va a ver
hasta que todo esto pase, al menos hasta que ella respire. Aunque tenga días
libres, que los tiene, prefiere no jugar con la vida de los suyos, aún no le
han hecho pruebas, no sabe si lo tiene, no tiene síntomas, pero con los pagos y
la vida que tiene tampoco se los puede permitir.
Pero eso Mercedes no lo sabe, la chica de ojos
verdes habla conmigo. La chica de ojos verdes también tiene problemas, hay una
persona debajo de todo ese traje de la NASA cutre.
La agradable y apurada enfermera se despide de
ella con una sonrisa que se intuye debajo de esa máscara urgente de plástico
por sus bonitos ojos verdes apaisados.
Mercedes débil, como los últimos años, no
recuerda cuántos, saluda inocente a la que será la última persona que sienta, dándole
las gracias con lo único que puede: un sonido que sale del corazón, ese sonido
que hace vibrar la laringe, ese ronroneo.
Esos ojos verdes han transmitido a Mercedes
mucho más de lo que lo han hecho sus familiares, esos ojos verdes lo han dado
todo para que Mercedes y todos los abuelos y abuelas de España puedan volver a
besar a sus nietos, esos ojos verdes puede que algún día de esta guerra se
cierren dando la vida por sus pacientes.
Aquellos ojos verdes, desbordados por la
impotencia no pueden hacer nada más por mi abuela, que muere sola, lentamente, en
su cama de hospital como vino al mundo, sin acordarse de nada, con la mente en
blanco.
FIN
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